viernes, 17 de diciembre de 2010

POBREZA Y CIUDAD

La pobreza no e limita a un grupo concreto o un lugar determinado y sin embargo no es una experiencia “fortuita”, ciertos grupos tienen muchas más probabilidades que otros de pasar por esa experiencia.
La ciudad ha estado durante mucho tiempo asociada a la pobreza.

Desde hace mucho tiempo, la relación entra la ciudad y privación ha sido objeto de numerosas investigaciones. En la mente de mucha gente hablar de pobreza y privación equivalía a hablar de casco urbano. Como señalan MacGregor y Pimlott,

“La expresión casco urbano evoca universalmente imágenes de desorden, pobreza, miedo, vandalismo y alienación”

Sin embargo, ninguna zona urbana, suburbio o barrio céntrico de la ciudad es homogéneo. Son lugares de gran diversidad, donde riqueza y pobreza conviven, y cada área urbana tiene su propia “geografía interna…que contribuye a crear modelos característicos de pobreza y privación” (Goodwin). Por lo tanto, las diferencias no sólo se dan dentro de cada una de las zonas urbanas sino también entre unas zonas y otras.

En diversas ciudades ha habido muchas iniciativas patrocinadas por el gobierno para intentar acabar con la decadencia de los barrios céntrico de las ciudades y sin embargo las zonas urbanas siguen siendo las áreas más desfavorecidas, mientras aumenta el desequilibrio  entre éstas y los pueblos y zonas rurales.

Las zonas urbanas han sido las zonas más castigadas desde la industrialización.
Hay una serie de elementos que provocan y muestran la pobreza en las ciudades como son:

  • Las tasas oficiales de desempleo
  • Los perceptores de ingreso mínimo garantizado
  • Hacinamiento
  • Niveles altos de mala salud y mortalidad
  • Desequilibrio creciente
  • Desigualdad social y geográfica entre las zonas más ricas y más pobres de la ciudad.

Los niveles de privación superiores a la media no se imitan a los cascos urbanos; en muchas zonas se han extendido a urbanizaciones de la periferia. Estas urbanizaciones, planificadas en las décadas de los cincuenta y de los sesenta como unidades vecinales de absorción para descongestionar los deteriorados barrios céntricos de las ciudades, tenían la finalidad de ofrecer un entorno más positivo. Sin embargo, en muchos casos no hicieron más que agravar los problemas existentes importados del centro urbano al agrupar gente socialmente homogénea, y por lo general vulnerable, en un entorno carente de oportunidades de empleo, de tiendas, de medios de transporte y de áreas de juego para niños, en el ya por sí monótono sistema del entorno construido de las propias urbanizaciones, el cual no hace sino aumentar la sensación de desesperación que es va impregnando, igual que sucede con su relativo aislamiento y distanciamiento de los servicios e infraestructuras del centro urbano.

Goodwin describe el panorama siniestro de la pobreza y privación que sufren las personas que habitan en las zonas más deprimidas de la ciudad:

“Sufrían de forma desproporcionada, no sólo por la mala calidad de la vivienda, la falta de instalaciones y de posesión de cualquier bien y de ropa suficiente, sino también por el riesgo de accidentes de tráfico, problemas de basura y falta de jardín y áreas de juego. Asimismo, se mudaban e casa con frecuencia y tenían más problemas de salud que los residentes en zonas menos deprimidas. Muchos vivían bajo el temor de los desahucios, estaban preocupados por el aislamiento, eran víctimas de hostigamiento racial y casi una quinta parte se había encontrado en situaciones de violencia callejera en los doce meses anteriores. Algo más de una quinta parte manifestó haber padecido la mala calidad del transporte público, mientras algo menos de una quinta parte consideraba que tenía deudas”.

La ciudad hoy en día es el medio mayoritario de los habitantes del planeta, tanto en los países desarrollados como en desarrollo. Según datos del año 2001, ésta alcanzaba al 47,1 % de la población total, pero en regiones como América Latina y el Caribe, la población urbana llega al 75,8 %. En los países desarrollados la media es del 75,5 %.

En las ciudades se generan fenómenos de desigualdad social sin precedentes. En el mundo existe un 31,6% de la población urbana que habita en suburbios. En los países en desarrollo ésta llega a un 43 % del total y en los países desarrollados alcanza un 6%. De toda la población urbana de los países en desarrollo casi un tercio de la misma sufre de falta de atención sanitaria y un 8,3 tiene problemas de suministro de agua potable; en este aspecto los más castigados son los subsaharianos y la población de Oceanía (excluyendo Australia y Nueva Zelanda) cuya población sometida a carencias hídricas alcanza un 18%.
No sólo son los países en desarrollo los que sufren niveles de pobreza importantes, en los Estados Unidos de América, el número de norteamericanos que se considera oficialmente pobre es de 35,8 millones de personas, un 12,5 % de la población en el año 2003 , de los cuales 12,9 millones se calcula que son niños. La distribución racial de la pobreza está claramente diferenciada en este país: un 24,4 % de las familias negras, un 22,5 de las hispanas y sólo un 8,2 % de la blancas se hallan bajo este umbral.

Es evidente que la degradación de los barrios céntricos de la ciudad es social y no espacial: “encontramos miseria urbana dondequiera que haya un pobre urbano” (Goodwin). Pero la vida en el centro urbano presenta problemas especiales para los pobres en general. El casco urbano ha aguantado lo más difícil de los mayores cambios sociales y económicos:

  • Éxodo de los empleos manufactureros
  • Disminución cuantitativa y cualitativa de la vivienda social
  • Recortes en servicios públicos
  • Aumento de la delincuencia

Pese a la incorporación de numerosas políticas urbanas y regionales para atajar la degradación de los barrios céntricos urbanos y promover su regeneración, “el desequilibrio entre las condiciones y oportunidades en zonas deprimidas y en otros lugares…sigue siendo igual de grande que hace una década” (Willmott y Hutchinson).

Como dijimos en los párrafos anteriores, la pobreza no afecta del mismo modo a todos los sectores de la población, y durante los años 90, varios autores, tras determinados estudios, comprobaron que la pobreza afectaba en especial al grupo de las mujeres.
Debido a que los datos sobre la pobreza no están desglosados por sexos, sólo es posible hacer una estimación aproximada del alcance de la pobreza entre las mujeres. Oppenheim y Harker consideran que en 1992 aproximadamente 5.4 millones de mujeres vivían con ingresos iguales  o por debajo del ingreso mínimo garantizado, frente a 4.2 millones de varones y que, de acuerdo con este cálculo, en torno al 56 por ciento de los adultos que viven en situación de pobreza son mujeres. Webb comprobó que en 1991 dos tercios de los adultos en unidades familiares pobres eran mujeres y que, en estas unidades familiares, tenían aproximadamente la mitad de recursos que los varones.

La pobreza es consecuencia de una incapacidad para generar recursos suficientes que satisfagan las necesidades vitales. Mientras las mujeres pueden verse con esa incapacidad por una seri de razones (sobre todo por carecer de un empleo adecuado) que también afecta a los varones, aquellas se encuentran en una situación de mayor desventaja por razón de su género. En concreto, el acceso de las mujeres al mercado laboral y su participación en este está sumamente circunscrito por los criterios de segregación por género que rigen el mundo del trabajo y por su papel de cuidadoras.

Debido a sus responsabilidades vinculadas al cuidado de terceros, muchas mujeres se ven limitadas a una actividad laboral que se encuentre próxima al lugar de residencia, con horario flexible y que no requiera estar mucho tiempo fuera de casa. Muchas mujeres procuran conciliar la actividad domestica y el cuidado de terceros con un empleo a tiempo parcial.
Estas ataduras domésticas pueden restringir la participación en el mercado laboral de las mujeres que viven con un compañero, desde luego son mucho más importantes para las mujeres que tienen que educar y criar a los hijos solas.

En la actualidad, una de las principales causas de la pobreza en  las ciudades tanto para varones como mujeres son los bajos salarios. Sin embargo, ellas ocupan la mayoría de los puestos de trabajo peor pagados. A pesar de la mayor participación de las mujeres en el mercado laboral, la mano de obra ha permanecido notablemente apartada. Aunque la legislación sobre igualdad salarial y contra la discriminación sexual a permitido reducir la diferencia entre los salarios de varones y mujeres.

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